Yo sé cuidar mi cuerpo

JORGE BRUCE

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Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú . Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro ” Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo“. Aquí presentamos su importante opinión respecto a la intromisión del cardenal Juan Luis Cipriani en asuntos de Estado, relacionados a la Unión Civil y el Aborto Terapéutico.

El cardenal Cipriani insiste en entrometerse en asuntos de Estado y personales, para los que no tiene jurisdicción. Ahora propone un referéndum para la unión civil y el aborto terapéutico. Su proyecto es el de gobernar al país a través de mayorías conservadoras, sometidas al yugo de siglos de prédica retrógrada por parte de la iglesia católica oficial. Pero también a la pasividad del Estado peruano, que casi siempre ha optado por besar el anillo de los obispos, en un círculo vicioso diabólico: como la mayoría acata las propuestas talibánicas de los sacerdotes más atrasados de Latinoamérica, más vale hacerse los santurrones y ganarse las indulgencias de esos emisarios del oscurantismo.

Toda esta hipocresía sería tan solo motivo de escarnio, de no ser porque se trata de derechos fundamentales y, no olvidarlo, del sufrimiento y muerte (abortos clandestinos, crímenes homofóbicos) de personas excluidas con violencia simbólica e inconstitucional, de tomar decisiones sobre su cuerpo y su deseo que solo a ellos les competen. Pero Cipriani sabe que ese control sobre el deseo ajeno es un poder que la iglesia continúa ejerciendo, pese a todo. “Pese a todo” significa que en buena parte del mundo las uniones civiles ya son reconocidas, incluso mediante el matrimonio, como acaba de empezar a suceder en el Reino Unido. Lo mismo ocurre con el aborto y no solo el terapéutico. Como muchas veces se ha dicho en esta columna, el aborto despenalizado, en condiciones higiénicas y serias (no frívolas), tiene décadas en las sociedades más civilizadas del orbe.

Pero al arzobispo le espanta la libertad. Para su ecuación conservadora y autoritaria, mientras menos capacidad de decisión tengan las personas sobre su cuerpo y deseos, mayor será el poder de la iglesia que él cree comandar. Varios obispos le niegan esta pretensión, pero él no respeta las leyes ni de su propia institución. El mensaje rezuma desprecio y soberbia: si ni siquiera le hago caso a los representantes de mi propia institución, ¿qué puede importarme lo que digan los homosexuales, las mujeres, el defensor del pueblo, los jueces o el propio presidente? (quien no dice nada, por lo demás).

Por eso somos quienes queremos una sociedad más civilizada para nosotros, nuestras familias, amigos y todos los habitantes de esta tierra prometida pero tenebrosa, los llamados a encender la luz y pararle las visitas nocturnas a la habitación de nuestra intimidad. A enviarlo de regreso a su templo y su micrófono. Si él quiere una comunidad sometida a través de la abdicación de su sexualidad (cosa imposible, como lo demuestran los constantes delitos de pedofilia y las innumerables situaciones de religiosos que no pueden con el celibato), pues que la viva en la penumbra de su iglesia medieval. El Perú es un Estado laico, aunque en la práctica, personajes abusivos, en diversos ámbitos, sigan actuando como si el poder se compartiera con la iglesia. De ahí que estos asuntos vinculados al cuerpo y el deseo sean esenciales no solo para una minoría: para toda la sociedad.